lunes

La música de las esferas


Hace ya más de dos décadas, finalizaba mi primer cicló de entrenamiento racional dentro del campo científico, e igualmente diversos mensajes empezaban a encontrar resonancia en mi interior, mismos que me llevarían a dar mis primeros pasos conscientes por los senderos del mundo espiritual, en un intento de exploración, más allá de la religión católica, que era la que se me había inculcado en casa desde la infancia.

En una ocasión, caminando por alguna de las calles del norte, aledañas a la casa donde entonces vivía, ubicada cerca de la Avenida Cuauhtemoc en la colonia Roma Sur, me encontré con un cartel donde un grupo espiritual denominado ECKANKAR extendía una invitación para asistir a algunas de sus pláticas introductorias gratuitas. Llamaba especialmente mi atención el hecho de que hablaban de la posibilidad de trasladarse de forma sutil, por medio de los sueños, templos ubicados en otras dimensiones para aprender a través del contacto con diversos maestros, denominados de la escuela del VAIRAGI (el desapego).

Asistí a la primera plática ya sea por curiosidad o por que sentí en mi interior un llamado. Explicaciones ambas que al final de cuentas son lo mismo, aunque reconocer la segunda requiere algo de camino recorrido. 
Tanto la información que recibía de parte de los expositores, la mayoría mujeres como ocurre actualmente en muchos casos, así como el espacio ubicado en la planta baja de un edificio con un gran ventanal con vista al exterior que permitía la entrada de abundante luz, al igual que los asistentes, me resultaron gratos, por lo que decidí explorar en aquella religión de vibración-luz donde se decía era posible tener experiencias diversas, y me hice miembro.

Tenía ya cerca de un año de leer el material impreso en español que me era enviado regularmente desde la sede ubicada en los Estados Unidos de Norte América, así como de asistir a los servicios espirituales  dominicales, donde la actividad fundamental era la mantralización de la sílaba sagrada HU (se pronuncia jiu), un canto de amor a Dios.



Y aún cuando mis recuerdos conscientes de las experiencias durante los encuentros en sueños con los maestros no eran tan claros como en ese momento hubiera deseado. Reconozco que mi perspectiva de la vida, así como de los eventos y circunstancias que la conforman, alcanzaba poco a poco una visión superior, más elevada, que me brindaba certeza, claridad y paz interior. 

Debido a mi expectativa de tener recuerdos conscientes de los encuentros nocturnos con aquellos seres, no podía valorar totalmente en ese momento aquel estado como ahora en que, después de haber recorrido al menos un trecho de mi camino incursionando por diversas sendas, tengo certeza de que aquella perspectiva y estado interior son en si un preciado regalo al que puede accederse por múltiples vías, todas ellas accesos al cielo interior, que permiten, como dijo Gandhi alguna vez, hacer más fácil el viaje.

La experiencia consciente más significativa para mi con aquel grupo que puedo compartir, ocurrió durante un fin de semana en que se llevó a cabo un retiro espiritual en el monasterio Benedictino de Nuestra Señora de los Ángeles ubicado en Ahuatepec, en el estado de Morelos, cercano a la ciudad de Cuernavaca.


En ese espació, de cuando en cuando grupos diversos, de diferentes corrientes espirituales realizan hasta la fecha actividades.
Durante aquel retiro organizado por ECKANKAR México, compartimos alrededor de cuarenta personas, incluidos arahatas y chelas (maestros y alumnos, respectivamente), en medio de espacios rodeados de amplios y hermosos jardines. Por supuesto una actividad fundamental, reservada para la parte de cierre final, sería un canto colectivo de HU.


Para realizar aquel canto final, nos reunimos todos en uno de los salones del monasterio y después de algunas presentaciones personales donde se nos pidió a aquellos de nuevo ingreso que asistíamos por primera vez a uno de esos retiros que compartiéramos con todos algo de nuestras experiencias, iniciamos el canto.

Como cada quien tiene su propia capacidad energética-pulmonar, el canto ocurre normalmente como un oleaje, donde se va creando un ensamble sonoro que con diferentes ritmos e intensidades inicia, se mantiene y termina de manera natural, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Al finalizar cada sesión, un estado alterado de consciencia me invitaba al silencio interno y externo, dejando una sutil vibración en todo mi ser.
Ahora, después de caminar un poco, tengo vislumbres de que todos los caminos de desarrollo interior, más allá de sus formas, de los métodos externos, son uno y lo mismo.

Hasta ese momento, aquel canto sagrado lo había compartido los domingos, durante el servició espiritual regular, con alrededor de una docena de personas máximo, pero ahora el grupo era mucho más numeroso y por tanto la sensación energética lo fue también desde el principio, llegando al punto de que de pronto, empecé a escuchar en medio de aquel mar de sonidos, algo así como el canto de ángeles, es decir voces sublimes que me evocaban a las de las más exquisitas cantantes femeninas de ópera, siendo las primeras muy superiores. Igualmente escuchaba sonidos que se asemejaban a los producidos por las más exquisitas arpas, flautas y algunos otros instrumentos musicales, sin embargo, comprendía por primera vez como tanto los cantos como los instrumentos humanos, aun los más bellos, son apenas un remedo, un pobre intento de igualar aquellos sonidos celestiales que aquel vórtice abierto en mi consciencia ahora me permitía disfrutar. 

La analogía más clara que puedo utilizar para describir aquella experiencia es la siguiente.  Algunas veces he escuchado orquestas pueblerinas intentado reproducir pasajes de los grandes músicos europeos como Bach, Haendel o  Beethoven, solo por citar algunos ejemplos, con instrumentos viejos, desvencijados por el paso del tiempo de pobre calidad, y por lo mismo, un tanto desafinados. Aquellas humildes orquestas, aun las mejores, serían remedos, caricaturas de las grandes orquestas musicales, del mismo modo que las más exquisitas orquestas musicales producirían apenas sombras de aquella música celestial que extasiado escuchaba.
Sin dejar ni por un momento de disfrutar aquel estado, en mi interior escuchaba a los maestros sutiles afirmar, ¡ Es “la música de las esferas”!.

Años después, cuando dentro de la universidad donde trabajaba fui invitado a formar parte del hasta donde tengo noticia, primer programa espacial mexicano, denominado PUIDE (Programa Universitario de Investigación y Desarrollo Espacial). Me encontraba con que uno de los colegas con quien trabajaría, era hermano de una de aquellas maestras. 
Existen incontables formas para alcanzar el cielo, pero entre más ligero se va, más fácil y más lejos.


Sincronicamente, durante este reencuentro con aquella etapa espiritual de décadas atrás, mientras ahora esto escribo, se revela un vínculo existente entre los maestros del ECK y los arcturianos, vínculo que mantuvo en vida Victor Hugo, el gran escritor francés, y continua a la fecha entre aquellos hermanos de las estrellas y nosotros, la actual humanidad, según ha venido revelando el propio escritor de unos años acá, a través de la entrega de mensajes dejados por él mismo en un texto que me fuera materializado de forma milagrosa. Dicho texto es muy poco conocido y corresponde a la etapa cercana al final de su vida y del cual transcribo a continuación algunas lineas profundamente reveladoras.


“... Tú, tu trabajo póstumo puede ser aun algo viviente, de modo que ha ciertos intervalos pueda hablar a la posteridad y decirle cosas desconocidas que habrá tenido tiempo de madurar en la sepultura. Lo que es imposible hoy en día es necesario mañana. En tu Última Voluntad Testamento, espacia tus trabajos póstumos, uno cada diez años, uno cada cinco años. ¿No puedes ver la grandeza de una tumba que, de tiempo en tiempo, en periodos de crisis humana, cuando alguna sombra pasa sobre el progreso, cuando las nubes eclipsan el ideal, de repente abre sus labios de piedra y habla? La gente busca; tu sepultura encuentra. La gente duda; tu sepultura afirma. La gente niega; tu tumba demuestra. ¿Y que demuestra? Lo que contiene; demuestra, con no sé que oscura y solemne autoridad todas las verdades que hoy aún se encuentran en el futuro. Tu muerto ayudas a los vivos. Tú, mudo los educas, Tú invisible, los ves. Tu trabajo no dice ¨quizá¨. Dice ¨ciertamente¨. No recurre a subterfugios; va directo al punto. Sabe que un fantasma no se oculta detrás de artefactos retóricos. Los fantasmas son intrépidos, las sombras no parpadean ante las luces. Así, haz un trabajo afirmativo para el siglo XX, en lugar de uno para el siglo XIX que engendra duda. Séllalo contigo en tu sepulcro de forma que, en determinados momentos decididos por ti mismo, la gente vendrá a buscarlos. ...”

“Ha recaído en esta generación el deber de asistir a estos hermanos residentes en las estrellas a transformar la tierra

“Conversaciones con la eternidad”: Víctor Hugo