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Un ancestral puente entre Hawái y México:


Hace más de una década, tuve mi primer encuentro consciente con el mundo de la mediumnidad.
Fue a través de Alejandro, un colega del instituto de investigación científica donde trabajaba que fue contratado temporalmente para colaborar en un proyecto del que se desprendería su tesis doctoral.
Después de algunas aproximaciones académicas, me fue siendo claro que él estaba involucrado en un conocimiento, de esos que están más allá de los libros. Conversando, poco a poco, llegamos a tener una buena amistad en la que por varias experiencias compartidas, fui confirmando que efectivamente existía un profundo vínculo entre él y un conocimiento silencioso.
Tiempo después, por intermediación suya conocí a Lilia, una mujer de mediana edad, que en su juventud, tratando de comprenderse a si misma había estudiado una licenciatura en psicología. Sin embargo, por lo que he aprendido del contacto con otras personas en busca de su camino que he tenido oportunidad de conocer a lo largo de mi vida, las preguntas más profundas encuentran respuestas solo en el mundo interno, por lo que continuando con su búsqueda, se acercó a la astrología, entre otras ramas del conocimiento interno, y poco a poco fue conociendo a personas con experiencias similares a las de ella con lo que finalmente pudo asumir su condición de vida como intermediaría humana del mundo espiritual.

Una parte fundamental de mi relación con ella, y que recuerdo con nostalgia, consistía en la realización de recorridos por diversos lugares sagrados cercanos a la ciudad de México, principalmente en el Estado de Morelos y en la cercanía o en los propios volcanes Iztaccihuatl y Popocatepetl.
En esos viajes llegué, en múltiples ocasiones, a ser testigo de fenómenos prodigiosos, entre ellos los producidos por los trabajadores del tiempo, como les llama el desaparecido investigador Jacobo Grinberg, en sus textos sobre Los chamanes de México (en particular son famosos en estos temas los graniceros o tiemperos del estado de Morelos, capaces de propiciar fenómenos meteorológicos, como lluvias, huracanes, etc., por medio de su intermediación con el mundo de los espíritus).

Recuerdo muy especialmente, un viaje realizado en que varias personas, acompañadas por la médium antes mencionada, subimos al tezcal, el ombligo sagrado del Popocatepetl, donde frecuentemente se realizan ceremonias y se depositan ofrendas.
El propósito del grupo era acompañar a un sacerdote que regresaba a México. Aquel hombre, había trabajado tiempo atrás con la médium, compartiendo algunas vivencias alrededor de la zona de Cholula, Puebla.
En Tonatzintla, población cercana a Cholula, se le había manifestado un ser con un extraño tocado, como un penacho, que el asoció con Cuauhtémoc.
Por esas mismas fechas, haciendo un ritual frente a la pirámide de Cholula, en medio de una gran plaza flanqueada por enormes estelas, le habían materializado un puño de maíz con la indicación de que debía llevarlo al volcán masculino, al Popocateptl, pero antes debía tomar una piedra de “el paso de Cortez, centro del retículo sagrado del corazón de México ubicado entre los volcanes Iztaccihuatl y Popocatepetl, y llevarla a Kona, la isla grande del archipiélago Hawaiano.
Allí los volcanes de esa región, las montañas sagradas, el Mauna Kea (montaña blanca) y el Mauna Loa (montaña larga), le entregarían una similar que debería traer como ofrenda, y junto con el maíz que antes le fuera dado, ofrendar al Popocatepetl.

A su regreso compartió sus experiencias con los miembros del grupo, comentando que la ofrenda había sido muy bien recibida. Que los espíritus de dos de los más importantes guerreros sagrados de Hawái y de México, Kamehameha y Cuauhtémoc respectivamente, lo habían acompañado. Y que el profundo lazo existente entre las montañas de ambas regiones de la tierra se había manifestado.

Kamehameha y Cuauhtémoc

Narró también, que desde su sincrónica llegada a la isla un 21 de Marzo, fecha correspondiente al equinoccio de primavera, los espíritus de los elementos (en particular del océano) se manifestaron claramente, proporcionándole guía y ayuda para realizar su misión.

Dijo que: Estaba de frente al océano, a espaldas de un hermoso campo verde lleno de vegetación exuberante y hermosas flores, iluminado con el esplendoroso y brillante sol de ese mediodía. Me encontraba solo, parado sobre un acantilado en el interior de un túnel de roca volcánica que descendía hasta encontrarse con el mar. Podía observar como la olas rompían a unos diez metros por debajo de mí, mientras agradecía desde el fondo de mi corazón a esas tierras el ser recibido y pedía el permiso y la ayuda para depositar la ofrenda, cuando de pronto una gigantesca ola se elevó por dentro del túnel como un geiser y me baño totalmente.

Como el personaje en cuestión no había visitado antes, en su actual vida, la mencionada isla, ni sabía como se darían las condiciones para llevar a cabo la labor encomendada, confió su suerte a los mismos espíritus que lo designaron, sin saber ni como ni cuando intervendrían.
No teniendo nada mejor que hacer en tanto los espíritus se manifestaban, dedicó su tiempo a admirar la belleza de la paradisíaca isla y a meditar frente al mar.
Por las noches la imagen de una extraña figura con un largo tocado en la cabeza lo acompañaba mientras meditaba admirando el océano.

Unos días después de su llegada, recibiría respuestas. Una mujer hospedada en un departamento contiguo al de él y que viajaba con un grupo de mexicanos, le comentó que pensaban rentar un par de camionetas y salir el sábado por la mañana rumbo a las montañas y le preguntó si estaría interesado en completar el cupo. Encantado acepto la invitación.
Llegó el día de la salida, y solo el personaje en cuestión sabía de su encomienda, sin embargo, otra persona que viajaba al frente del vehículo expresó al ver un letrero que decía Kamehameha Road (como decir Avenida Cuauhtémoc aquí en México), cuando abandonaban la ciudad Ya vamos al Popo por Amecameca.
El inconsciente siempre sabe, pensó en su interior.
El acuerdo previo con los conductores de las dos camionetas que trasportaban al grupo, era de subir directamente al parque nacional ubicado en las faldas de las montañas, pero por un mal entendido”, el grupo fue llevado primero a Pu´Uhonua O Honaunau (lugar de refugio) en lengua nativa.
El sacerdote, manifestando una enorme emoción, nos describió con lujo de detalle aquel sitio resaltando su gran belleza. Nos dijo que era un lugar sagrado a la orilla del mar, y que actualmente era preservado como museo nacional. Que allí existía una construcción tradicional polinesia y que era considerado un santuario (Hale O Keawe Heiau) en lengua local. En ese sitio - nos dijo- había varias figuras de deidades protectoras talladas en madera (Ki'i), y que el conjunto tenia varios siglos de antigüedad. En el pasado había sido utilizado como refugio, para aquellos que deseaban salvar sus vida por haber infringido el sistema de leyes de la isla (Kapu) y buscaban ser protegidos por sacerdotes dotados de poder (mana). En ese lugar yacían también los restos de decenas de guerreros sagrados de la isla. Dos revelaciones le fueron fundamentales, supo que la zona era utilizada también para realizar ceremonias de purificación previas al ascenso a las montañas, y cuando frente al santuario, entre las representaciones de las diversas deidades talladas en madera reconoció a la figura que le había acompañado por las noches, comprendió el por que debía ir primero allí. Frente a la inmensidad del océano y cielo azulados hizo una reverencia, y en silencio desde el fondo de su corazón agradeció. Una vez más como al momento de su llegada, una ola que alcanzó una altura des usual, lo bañó.

Nos narró algo difícil de creer para muchos, incluso para mi mismo, pero que por lo que más adelante relataré, considero totalmente verídico.
Cuando estaban por llegar a la cima de la parte más alta a la que se puede acceder en vehículo, el Museo Nacional de los Volcanes, el clima empezó a cambiar, una lluvia suave comenzó a caer y todo se fue cubriendo de niebla.
Estacionaron los vehículos y el grupo se dispuso a caminar. El sacerdote -nos dijo-, tomó una chamarra que llevaba consigo, se la puso para cubrirse y luego descendió del vehículo. Empezó a caminar y cuando metió la mano al bolsillo de la prenda, sintió que la ofrenda” que llevaba dentro, estaba caliente.
Caminó por un senderó, cubierto de helechos y exuberante vegetación, tratando de alejarse del resto de las personas y de pronto ante su vista apareció, a lo lejos, en medio de espesa neblina, el cráter de la montaña. De manera instintiva, tomó la ofrenda entre sus manos y haciendo una reverencia la mostró al volcán. El dice que entonces vio como si una aspiradora gigantesca hubiera succionado la bruma. La niebla se disipó y la vista de la montaña surgió imponente. Nos comentó que durante los días restantes durante su estancia en la isla, el clima se mantuvo soleado y que fue hasta su regreso, en el preciso momento en que las montañas de allá le estaban entregando la ofrenda que debía traer a los volcanes de México, fue que una suave llovizna empezó a caer nuevamente en la isla.

Entre sus relatos, hizo también particular mención a una caminata que realizó sólo, una noche obscura a orillas del mar por entre las veredas de la lava que va surgiendo suavemente y dando forma a la joven y paradisíaca isla. Los nativos polinesios consideran, por la peculiar apariencia que toma al solidificarse el ígneo material, que es la cabellera de la diosa Pelé, divinidad asociada con el fuego, la lava y los volcanes. Las únicas luces que guiaban su caminar eran, un maravillosos cielo estrellado, rojizos ríos de lava envueltos en nubes de vapor que se formaban al contacto con el agua del océano, y al fondo, envuelto en una espesa bruma, la lava brotando de la caldera del Kilauea, uno de los principales y mas espectaculares cráteres activos, en permanente erupción, del planeta.

La caldera del Kilauea y la diosa Pelé

En aquella isla, en su caminar por las montañas, por la lava y a la orilla del mar, fue recordando, vio cuerpos de guerreros, se vio a si mismo en otros tiempos e incluso tuvo la certeza de que la mujer que lo invitara a las montañas, al igual que él mismo, fue nativa de ese lugar.

A su regresó, durante el viaje destinado a depositar la ofrenda enviada por los espíritus de Camehameha y los volcanes hawaianos, en el tezcal de la montaña sagrada del Popocatepetl, en México, fue acompañado por varias personas, uno quien esto escribe formaba parte de aquel grupo.
El viaje de subida fue toda una aventura a bordo de un camión de redilas en medio de precipicios y veredas, ya que en el Popo no hay carreteras como las que mencionó, existen en las montañas de aquella isla. En algunos tramos fue necesario incluso ir reconstruyendo con troncos el camino para poder continuar. Un hecho prodigioso que observé, fue que a lo largo del trayecto por la solitaria montaña, iban apareciendo las personas requeridas para ayudarnos a hacer el trabajo, nos abordaban de manera milagrosa, e iban colaborando de forma voluntaria y desinteresada. El sacerdote tenía la certeza que eran enviados de la montaña.
Cuando llegamos a la parte más alta del volcán a la que se podía acceder con el vehículo, aun faltaba un buen trecho para nuestro destino. Después de caminar un extenuante y empinado tramo en medio del bosque hacia la cima, la psíquica y astróloga a que hago referencia al inicio de esta historia empezó a sufrir grandes malestares corporales que le hicieron incluso volver el estómago y le impidieron continuar con el grupo. Alejandro y “el sacerdote se quedaron un rato y cuando ella se sintió mejor, el grupo completo excepto ella continuó con su camino.
Un poco más adelante nos encontramos con un tramo formado por arena suelta, y con una aún mas pronunciada pendiente, agotadora de recorrer, donde por cada dos pasos ascendidos, descendíamos uno y nuestros pies quedaban hundidos en la arena.
Cuando llegamos nuevamente a terreno firme, aun nos quedaba buen camino por recorrer. De pronto, arriba en medio de la nada, nos encontramos a un personaje, un hombre de edad mediana, que dirigiéndose a una mujer que iba a mi lado le preguntó. ¿No trae un chocolate o un dulce? ¡Mejor descanse, se va a poner mal!. La mujer respondió que estaba bien, e ignorando la recomendación, prefirió continuar.
Menos de cinco minutos después, entró en un estado alterado de consciencia que distorsionó su percepción y la hizo presa de un profundo estado de pánico donde en su mente se manifestaba la fantasía catastrófica de que se iba perder en la montaña. Me quedé con ella, tratando de calmarla, y comprendiendo en parte su estado, pues yo mismo, en mi adolescencia, tuve una experiencia similar. En esa ocasión en la volcana, la Iztaccihuatl, después de acampar con amigos en el área de la cabeza, cuando estábamos por iniciar el descenso, entré en un estado alterado de consciencia y rotundo expresé a mis acompañantes. ¡Yo me quedo, de aquí soy, este es mi hogar!. Mis amigos me obligaron a bajar mientras me ayudaban con mi carga personal seguros de que era víctima del mal de montaña.

Regresando a la presente historia con el Popocatepetl, después de un tiempo la mujer logró tranquilizarse y aceleramos nuestro paso para reencontrarnos con los restantes miembros del grupo.
Cuando faltaban unos 50 metros de roca no demasiado empinada para llegar al lugar sagrado, y siendo yo el último del grupo, observé como empezaba a caer un poco de granizo, sin ser capaz en ese momento de reflexionar o comprender el profundo significado de lo que ocurría.
La caída del granizo continuó y fue arreciando suavemente hasta mi reunión con el resto del grupo apenas minutos después.
Una vez reunido todo el grupo, el sacerdote se arrodilló ante las ofrendas que allí se encontraban, entre ellas algunas cruces que la gente de los poblados cercanos lleva a Don Goyo, como le dicen cariñosamente al espíritu del volcán, que incluso a veces toma forma corpórea para solicitarlos y recibirlos.
“El sacerdote, tratando de establecer una profunda conexión con la montaña sagrada, cerró los ojos, conectó su corazón y depositó las ofrendas. El grupo observó como una espesa niebla fue avanzando hacia ellos hasta cubrirlos, impidiéndoles verse ni siquiera entre ellos mismos. Después de un tiempo, que en lo personal estimo fue de apenas algunos cuantos minutos, repentinamente la niebla se disipó, tan abruptamente como había llegado. Ante nuestros ojos asombrados se desplegaba la misma vista de la enorme montaña, ahora cubierta totalmente de un manto blanco. “El sacerdote supo entonces que la ofrenda había sido recibida y el grupo pudo constatar por si mismo que todo lo narrado antes por aquel hombre encerraba una profunda verdad.


La cima del Popocateptl

Al finalizar el trabajo, el grupo inició su descenso que fue aun más difícil que el ascenso, pues a los obstáculos de la subida se sumaban ahora, a la bajada: los debidos al agua que escurría desde la cima de la montaña producto del hielo que al derretirse lavaba diversas zonas del camino, el cansancio y el frío producido por el viento soplando sobre la ropa húmeda, y más tarde, la obscuridad de la noche.
Horas más tarde cuando el grupo se encontraba de regreso, en casa de la referida médium, cerca de Tepoztlán, Morelos. Conversábamos sobre los acontecimientos ocurridos mientras tomábamos algunos alimentos, tratando de reponer fuerzas y calentarnos.
Ambas mujeres, Lilia la anfitriona e Ixamayo, la de la experiencia de pánico en la montaña, narraron su respectivas vivencias. La primera manifestó haber visto a seres de la hermandad blanca observando. “El sacerdote comentó a la segunda que creyó haber reconocido en el camino, después de la zona arenosa, a Don Antonio Analco, tiempero y guardián del Popo, y que consideraba que él era la persona que le había hecho la advertencia.
Varios incluso creyeron reconocer entre los diferentes personajes que se manifestaron en la pequeña odisea antes narrada, al propio espíritu del volcán en su manifestación humana conocida como Don Gregorio Popocatepetl.

Ha pasado mas de una década y no he vuelto a tener contacto con ninguno de los miembros del grupo, pero recientemente llegó un mensaje a través de un médium muy cercano a Jorge Berroa (el cubano, médium también, enviado a nuestro país para colaborar con el despertar de la Nueva Era, según nos narra Antonio Velasco Piña, biografió y testigo de Regina, en su libro "Hombres que quieren ser") y a Jacobo Grinberg (desaparecido investigador sobre la consciencia y los chamanes de México). El mensaje fue el siguiente "¡Que dicen que escribas sobre tu experiencia con “el sacerdote de Hawái para que se conozca más del nexo existente entre las montañas del planeta. Dicen también que “el sacerdote continúa trabajando para colaborar con el despertar, pero que ahora además de los espíritus de las montañas de Hawái y México, y de los guerreros de ambas tierras del que él les habló, caminaba ahora fortalecido también por los espíritus de otras montañas de México, entre ellas el Tepozteco y el Ajusco (el abuelito), y de Tlacaelel y Citlalmina, la Virgen de Guadalupe, Regina, y colaborando estaban también los citados espíritus de Jorge Berroa y de Jacobo Grinberg, quienes te envían el mensaje. Todos ellos y muchos más, están trabajando con las montañas y las pirámides del planeta para ayudar a anclar la Nueva Era en nuestra realidad.

Cumpliendo con la encomienda, he aquí mi testimonio.


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